Por: Diana Martínez
El título … “TODOS NOSOTROS”:
HABITANTES DE UNA BOGOTA DIVERSA” orienta una propuesta interdisciplinaria de
estudios culturales, cuyo impacto esperado es el autoconocimiento y el
reconocimiento por parte de los actores
y de los otros, de identidades en la ciudad
de Bogota, asumiendo esta ultima, como
una ciudad que alberga múltiples culturas que conviven.
América Latina y de manera
especial, los países andinos --Chile,
Bolivia, Perú, Ecuador, venezuela y Colombia--, son países multiculturales en
su historia, multiculturalismo que desgraciadamente no se ha tenido lo
suficientemente en cuenta. Las mayorías indígenas por ejemplo en Bolivia, han
participado en la historia como “minorías”. En Colombia, sólo la Constitución Política
del 1991 reconoce el carácter pluriétnico y multicultural, constitutivo de la
nacionalidad colombiana. La marginalidad étnica en la economía y en la
educación ha agravado el status de las etnias minoritarias que unidas podrían
constituir una gran mayoría. De hecho la ley 70 de 1993 y el Decreto 1122 de
1998
fortalecen la multiculturalidad
institucional. Pero la multiculturalidad se institucionaliza no sólo con el reconocimiento
pleno de los pueblos étnicos marginados sino con la toma de conciencia de todos
los grupos como auto-estima creativa de sus propios valores y conocimiento, así
como de la comprensión y respeto de los valores culturales de los otros grupos.
Para el caso de Bogota, y en
este sentido, toman relevancia, los
diversos grupos indígenas, los afro-colombianos, los Rom - Gitanos, los Raizales (de la isla de san Andrés y
Providencia) y los grupos mulatos,
zambos, mestizos y blancos marginados
provenientes de las diversas regiones del país y que se agrupan en condición de
grupos de culturas regionales en la ciudad; Parece pertinente, hacer la aclaración de que las
definiciones de identidad y de cultura no pueden lograrse solo desde una perspectiva
teórica. Es de anotar que los grandes aportes, seguramente más
definidos y múltiples, se han logrado desde la sociología, la antropología y la
geo-historia,
este documento pretende hacer una aproximación a los conceptos que le permita
avanzar sin mayores pretensiones teórico- conceptúales.
La identidad
no es un bien u objeto material, corpóreo, tangible sino un aparato mental, una
construcción simbólica a partir de la cual los miembros de un país, región,
subregión o etnia establecen los límites de su pertenencia cultural y obtienen
un sentido de reconocimiento social frente a otras colectividades. Cada miembro de una comunidad o etnia tiene
sus propios elementos individuales que lo hacen distinto de sus congéneres pero
colectivamente todos se ponen de acuerdo, de un modo tácito, en lo que siendo
comunes a ellos los hace diferentes a otros grupos. La identidad, así, se
define principalmente por el capital cultural, social y simbólico más que por
el económico. La identidad es el reino
de la igualdad a nivel interno y de la diferencia y la distinción frente a
otros grupos. Los hombres, sociales en esencia, nos movemos entre dos fuerzas
culturales que son la identidad y la diferencia, conceptos mentales que parten del yo y el otro.
Al individuo le urge
sentirse idéntico a otros miembros, esto le da la seguridad, la fuerza y el
poder del grupo, pero al mismo tiempo, el
grupo, necesita sentirse diferentes frente a otros conglomerados.
Respecto a la cultura, son
innumerables los intentos de definición conceptual. Sin embargo, no hay alguno del que se pueda
decir que es absolutamente acabado; todos quedan cortos respecto a las
distintas manifestaciones del comportamiento social y sus constantes transformaciones y, ante los diversos enfoques teóricos que incorporan
nuevas perspectivas a la noción cultural.
Ralph Linton, para citar un
ejemplo, decía que la cultura era la “herencia social del hombre”,
así recalcaba la esencia social del objeto de estudio. No se trata de actitudes individuales o
conductas que no tienen trascendencia más allá de un individuo o de una
familia. Tienen que ser comportamientos
producto de una comunidad que trascienda la particularidad individual. Solo que podemos considerar efectivamente que
hay actitudes personales que tienen la potencialidad de ser culturales si se
acogen a las circunstancias y condiciones especificas y temporales de la
colectividad. Ahora, la noción de Linton
solo relaciona al conocimiento social con la tradición, con lo acumulado
generación tras generación y deja de lado los patrones culturales aprendidos esporádicamente
y las acciones ocurridas contemporáneamente con los actores sociales. Es
así que puede establecerse que no tiene la misma carta de presentación cultural
lo que las personas aprenden o inventan sin necesidad de que medie una
tradición o una generación anterior. Por ejemplo, el uso masivo del
Internet, no alcanza a ser hoy una
tradición cultural de nuestra sociedad,
sin embargo, es una institución tan sociocultural como lo acumulado
tradicionalmente.
Entonces, puede decirse que
la cultura se refiere a “conductas,
actitudes y pensamientos aprendidos en la sociedad, ya sea a través de las
tradiciones o a partir de las innovaciones contemporáneas (…) a todas luces la
cultura sobresale por su diversidad: patrones económicos, pautas religiosas,
normas de parentesco, cuidados del cuerpo, idiomas, alimentación, todos y
muchos mas se exhiben como diferentes no solo a través del espacio, sino
también del tiempo. Una combinación de
razones histórico – sociales, geográficas y en menor medida genéticas es la
responsable de esa gran variedad.”
Pero todos estos patrones de
comportamiento aprendidos y variables de un grupo a otro, también cambian en el
tiempo. Y aunque se pueden transformar por razones internas, como por ejemplo,
fatiga de alguna institución que se vuelve inoperante ante nuevas
circunstancias, o inconformismo de un sector social, o los mismos inventos y
descubrimientos, -tan frecuentes entre nosotros-lo cierto es que ha sido por
influencias externas, que las sociedades se han modificado en el pasado y en la actualidad. Fenómenos como la aculturación y la
reindianizacion
son evidencia de que la cultura no es inmutable.
A este documento en particular, le ocupan dos
tipos de conglomerados residentes en la ciudad de Bogota: los grupos regionales
(los grupos provenientes de las distintas regiones del país) y los grupos étnicos. (Indígenas, room – gitanos,
raizales, afrocolombianos)
Bautizar a unos como grupos
regionales y a otros como grupos étnicos
no es gratuito por supuesto, es así, que a continuación se propone una
precisión…
Al consultar las fuentes
existentes sobre el tema, es posible encontrarse además con el concepto de
nación, de manera tal que corresponde ahora, precisar: ¿son los indígenas, los
gitanos, los raizales y los afrocolombianos un pueblo, una nación, o una etnia?
Y en caso de que sean esto ultimo, ¿que les diferencia de los que hemos dado en
llamar grupos regionales?
El sentido y alcance de los
términos, pueblo, nación o etnia a sufrido innumerables variaciones en su
interpretación en su transcurrir histórico, resulta interesante observar como
durante la colonia, pueblo designa, al igual que España un grupo humano
radicado en un paisaje, de cierta notoria población, que realiza distintas
actividades económicas en su vecindad inmediata. En esta misma época, los grupos
etno-culturales no pueden ser designados como pueblos sino como naciones, son
estas naciones las que engloban en si numerosos pueblos…
La palabra nación, que ya adquirió un sentido de estado nacional
independiente, todavía posee aunque bastante aletargada, la acepción
antropológica que sirve a nuestro propósito, la palabra pueblo la deja de lado
de modo francamente inexplicable, porque basta un somero análisis de las
definiciones que trae el diccionario,
para que veamos que la referencia inmediata es la localidad geográfica, o a lo mas, un conjunto de personas de una región o país,
nada aquí que nos indique identificación con un conjunto de costumbres en un
territorio dado que se posee desde tiempos inmemorables. Este solo hecho hará
del término pueblo una definición poco adecuada para nuestro propósito.
Existe entonces una salida a
la dificultad: el uso del concepto etnia en el que intervienen los siguientes
elementos distintivos:
a)
un origen racial común
b)
una lengua común, cualquiera que sea el estado de perdida o de
decadencia en la que se encuentre
c)
expresiones culturales comunes, compartidas por la mayor parte de
la comunidad
d)
un territorio que usan en común
e)
una autoconciencia de su ser propio, esto es, autoconciencia de su
identidad como “pueblo” auto identificación étnico – cultural
f)
una tendencia aun perceptible a la endogamia étnica,
g)
la conservación de algunas expresiones artísticas y artesanales
propias de la etnia.
En conclusión, en vista de
las dificultades que ofrecen los términos nación y pueblo, parece ser que el
término etnia resulta ser el más apropiado, este término es de uso consagrado
en la literatura especializada y por la más reciente edición de la lengua
española que reza:
“Comunidad
humana definida por afinidades raciales, lingüísticas, culturales, etc.”
O la
definición de encarta…
“Etnia (del griego ethnos, ‘pueblo’), en antropología, unidad
tradicional de conciencia de grupo que se diferencia de otros por compartir
lazos comunes de nacionalidad, territorio, cultura, valores, raza o tradición
histórica. La etnia no constituye una unidad estática, por lo que sus
características pueden variar a lo largo del tiempo. El incremento de la
población puede generar su desplazamiento, separación o transformación, al
sufrir el contacto con otros grupos étnicos.”
Es así, que la definición
anterior se ajusta de manera conveniente para definir a los grupos de
indígenas, gitanos y raizales residentes en la ciudad de Bogota, pero existe
aun una dificultad respecto a los afrocolombianos: ¿todos ellos tienen
conciencia de grupo, que se diferencia
de otros por compartir lazos comunes de nacionalidad, territorio, cultura,
valores, raza o tradición histórica? Es decir
¿son una unidad tradicional de conciencia de grupo? Es mas: ¿tienen
todos los afrodecendientes, habitantes de la ciudad de Bogota, expresiones
culturales comunes? para efectos de la redacción de este documento preliminar
los afro colombianos habitantes de Bogota, harán parte del grupo de los
étnicos.
Hay que recalcar, sin
embargo, que para que la población afrodescendiente sea considerada como
“comunidades negras”, es decir para que se le reconozca su etnicidad, la
legislación (Ley 70 de 1993 o Ley de Comunidades Negras) indica varios
requisitos, que deben tomarse en cuenta: i) ascendencia afrocolombiana, ii)
cultura propia que la distinga del resto de la población, iii)
conciencia de identidad, y iv) relación campo ciudad, que se traduce en una
territorialidad construida a partir de la ocupación y uso colectivo de las
tierras y la utilización de unas prácticas tradicionales de producción que
imprimen una forma de relacionarse con el entorno.
De conformidad con lo anteriormente enunciado es legítimo plantear
que no todos los afrodescendientes hacen parte o configuran un grupo étnico o,
lo que es lo mismo, la tonalidad de la piel y ciertos rasgos fenotípicos, no
son suficientes para que una población sea tenida como perteneciente a un grupo
étnico.
Bogota, cuenta con la presencia de representantes de todos
los grupos étnicos de Colombia: indígenas, Afrocolombianos, Raizal
y Rom (Gitanos), quienes comparten normas, tradiciones, usos y costumbres que
le son propias y constituyen, por lo tanto, identidades particulares. Es de anotar, que para el caso de los
indígenas, este documento se concentra,
en primera instancia en los grupos indígenas
que han logrado mantener, a lo largo de su proceso histórico como habitantes
urbanos, un sentido de cohesión comunitaria. En ese contexto, además del pueblo
Muisca, que es el pueblo originario de estas tierras, se asume a los grupos
indígenas que fortalecieron sus procesos migratorios hacia Bogotá,
principalmente, a partir de la década de los cincuenta del siglo pasado…
Desde presencias esporádicas, transitorias y circunstanciales
hasta su asentamiento casi definitivo en la ciudad, los grupos indígenas migrantes
--este es el caso de los kiwchua y los Ingas--- atravesaron en términos generales cuatro
momentos que es preciso tomar en cuenta: Un primer momento de migraciones
esporádicas y eventuales a la ciudad, que se realizaban con el propósito de
conseguir ingresos adicionales para satisfacer necesidades puntuales,
específicas y coyunturales, pero donde las actividades productivas realizadas
en los territorios de origen seguían siendo la base fundamental para la
subsistencia. Un segundo momento donde la migración a la ciudad se va volviendo
cada vez más indispensable, como quiera que los ingresos obtenidos en la ciudad
complementan los que se obtienen en sus territorios de origen a través de las
actividades productivas que allí desarrollan. Un tercer momento en donde la presencia
en la ciudad se va volviendo cada vez más permanente dado que la fuente de
ingresos obtenida en las incursiones a la ciudad son los que fundamentalmente
garantizan la subsistencia, debido a que actividades productivas en sus
territorios de origen ya no son tan rentables. Un cuarto momento cuando los
ingresos indispensables para la subsistencia son obtenidos exclusivamente en la
ciudad, su asentamiento en ella viene a ser casi definitivo, aunque sin nunca
romper los vínculos simbólicos, rituales y culturales con sus territorios
ancestrales.
En segunda y tercera
instancia, se registran, respectivamente
a los indígenas habitantes de la ciudad a razón de desplazamiento ocasionado
por el conflicto armado que vive el país, este es el caso de los kamkuamos provenientes
de la sierra nevada Santa Martha y los Pijao del departamento del Tolima, entre
otros grupos que se han desplazado en menor numero. Es de mencionarse también a los estudiantes indígenas de las distintas universidades
públicas y privadas de la ciudad y que proceden de distintos puntos del país.
En sinfonía con lo anterior, se presenta a continuación de
manera breve a cada uno de los grupos étnicos mencionados:
Respecto a los Muiscas, es necesario recalcar
que estos indígenas, han atravesado en el territorio que actualmente ocupa la
ciudad de Bogota, todos los periodos históricos que construyen la historia del
país: periodo prehispánico,
conquista, colonia y republica.
Esta historia por supuesto, no ha
pasado impunemente por su identidad y su cultura, ha afectado su
autoidentificacion como indígena y su territorio de manera relevante; hoy
Bogota cuenta en su haber con dos cabildos: el cabildo indígena de Bosa,
ubicado en las veredas de san José y san Bernardino y el cabido indígena de
suba. Cabe mencionar que los procesos
casi siempre violentos de disolución de los Resguardos de Bosa y Suba,
soportados en la aplicación del artículo 4 de la Ley del 22 de junio de 1850, culminaron apenas en
las últimas décadas del siglo XIX --1877 para el caso de el Resguardo El Cerro
de Suba y 1886 para el caso del Resguardo de Bosa-- lo que es una evidencia de
la férrea oposición que enarbolaron muchos de los comuneros contra la
desterritorialización de que estaban siendo víctimas. Sin embargo, hay que destacarlo,
la dolosa extinción de estos Resguardos no significó en modo alguno la
desaparición del pueblo Muisca, el cual siguió manteniendo latente unos valores
identitarios y una conciencia étnica, mimetizándolos estratégicamente bajo el
manto de diversas formas y contenidos culturales campesinos y semiurbanos,
considerados como mestizos.
En la década de los ochenta del siglo XX
se presentaron coyunturas favorables para que se activaran las conciencias
étnicas de estas comunidades de Bosa y Suba, que posibilitaron que con mayor
fuerza y decisión enarbolaran su etnicidad como Muiscas contemporáneos. Fue así como a partir de la ocupación
ancestral de un territorio que había sido heredado generación tras generación y
trazando la descendencia de las familias que aparecían como miembros de los
Resguardos al momento de su disolución --Neuta, Tunjo, Fontiba, Chiguazuque,
Fitatá, Tibacuy, Orobajo, Buenhombre, Tiguache, Chipatecua, Chía, Quinchanegua,
Garibello, Cobos, Jiménez, Murcia, Caldas, Alonso, Díaz, González, López ...
para el caso de Bosa y Bulla, Bajonero, Cabiativa, Piracún, Nivia, Niviayo,
Yopasá, Ciata, Cuenca, Mususú, Neuque, Chízaba, Chipo, Quince, Cera, Landecho,
Lorenzano, Rico, Ospina, Córdoba, Triviño, Torres... para el caso de Suba-- se
consolidaron estas dinámicas de reconstrucción étnica y cultural como partes
del pueblo Muisca, que llevaron a la restitución y reinvención de sus
autoridades tradicionales, expresadas hoy en día en sus respectivos
Cabildos. Actualmente, el Cabildo Muisca
de Suba y el Cabildo Muisca de Bosa, respectivamente, se posesionan anualmente ante
el Alcalde Mayor de Bogotá, D.C., según lo estipulado por la Ley 89 de 1890.
El Muisqubun, pese ha ser uno de
las lenguas indígenas más investigadas y de las que más estudios existen, no se
habla desde mediados del siglo XVIII.
Según las cifras que manejan los
respectivos Cabildos, la población Muisca de Bosa
es de 1573 personas mientras que la población Muisca de Suba
se estima en 5186 personas, para un total en Bogotá, D.C. de 6759 comuneros
La presencia en Bogotá, D.C. del pueblo
Kichwa
se remonta hacia mediados de la década de los años cuarenta del siglo XX,
cuando asomaron a la ciudad los primeros contingentes de pioneros que gestarían
uno de los más importantes procesos migratorios transnacionales realizados por
un pueblo indígena en el contexto de América Latina.
Los Kichwa que actualmente se ubican en
el Distrito Capital, al ser provenientes en su inmensa mayoría de los cantones
de Ibarra, Otavalo, Cotacachi y Atutanqui, de la provincia de Imbabura, sierra
ecuatoriana, pertenecen étnicamente al pueblo Otavalo.
El pueblo Kichwa – Otavalo ha sido uno
de los pueblos indígenas que con mayor éxito ha podido insertarse en los
círculos del mercado y adaptarse en los contextos urbanos sin que ello le haya
significado dejar de ser considerados como indígenas. Antes, por el contrario,
la reafirmación de su patrimonio cultural e intelectual en escenarios
diferentes a su territorio tradicional
ha sido la clave que le ha permitido configurar una verdadera comunidad
ampliada y transnacional.
La inmensa mayoría de Kichwa – Otavalo
que habitan en Bogotá, D.C., son bilingües, hablan Runa Simi (lengua
Kichwa) y Castellano.
Hay casi tres generaciones de Kichwa –
Otavalo nacidos y criados en Colombia; incluso muchos miembros de estas generaciones
han nacido en Bogotá. Los miembros pertenecientes a otras generaciones más
antiguas tienen la doble nacionalidad colombiana y ecuatoriana.
Los estimativos en el Ecuador acerca de
la población Kichwa – Otavalo se calcula en 65.000 personas aproximadamente,
aunque este es un dato de carácter meramente indicativo por cuanto al ser un
pueblo migrante transnacional calcular
su población total es casi imposible. Con base en las personas que han sido censadas,
el Cabildo Kichwa de Bogotá y la Organización del Pueblo Kichwa, hablan de
aproximadamente 1500 Kichwa – Otavalo en el Distrito Capital.
Por lo que atañe al pueblo Inga,
puede anotarse que procedentes del
Cuzco, centro político-administrativo del Tawaintisuyu, llegaron a lo
que hoy es el Valle de Sibundoy en el departamento del Putumayo, en donde a la
postre terminaron por asentarse, hacia la misma fecha en que los europeos
arribaron a América.
Los Inga del Valle de Sibundoy inician
su proceso migratorio hacia las grandes ciudades a finales del siglo XIX y
principios del siglo XX, en una diáspora que aún no concluye. Estos flujos
migratorios que, con mayor o menor intensidad se han venido dando hasta la
actualidad, han llevado a los Inga a habitar diversas ciudades colombianas y de
países vecinos como Venezuela, Panamá y Ecuador.
La incursión exitosa de los Inga en los
contextos urbanos, como quiera que está asociada a conocimientos y saberes que
son inherentes a su patrimonio cultural e intelectual y a su identidad étnica,
ha derivado en la necesaria visibilización de sus valores identitarios, así
como en la elaboración de redes de curanderismo que los relaciona
permanentemente con su territorio ancestral. De esta manera los Inga al llegar
a las ciudades no se vieron precisados a ocultar su identidad sino, antes por
el contrario, a hacer ostentación de ella y, en esa medida, su relación real o
simbólica con su territorio tradicional se convirtió en una clave para su
desempeño adecuado como médico tradicional.
Los Inga que viven en el Distrito
Capital han logrado desde su asomo a la ciudad configurar una verdadera
comunidad a partir de la recreación de alianzas entre diferentes familias y a
la construcción de diferentes estrategias para trazar fronteras frente al iurraruna
(no Inga).
En la ciudad los Ingas se dedican
principalmente a la elaboración y comercialización de una gran variedad de
productos naturales con un propósito terapéutico. Aquí es preciso destacar que
al poner al acceso de los sectores populares de la ciudad una medicina natural,
efectiva, eficiente, oportuna y barata los Inga están desempeñando una
importante labor social como agentes informales de salud, que no ha sido lo
suficientemente valorada. En los últimos
años algunos Inga han venido ampliando la gama de productos que ofrecen,
incorporando otros que poco tienen que ver con su sistema médico tradicional.
El Cabildo Inga de Bogotá se viene
posesionando, anual e ininterrumpidamente, ante el Alcalde Mayor de Bogotá,
D.C. desde octubre de 1992 cuando fue reconocido oficialmente por la
administración distrital. El pueblo Inga de Bogotá fue uno de los pioneros en
conseguir el reconocimiento de sus autoridades en contextos urbanos y más allá
de su territorio tradicional.
La casi totalidad de los Inga de Bogotá
son bilingües del Runa Simi y del Castellano. Según los datos que posee
el Cabildo Inga de Bogotá la población Inga se aproxima a las 450 personas.
También
hay que citar a otro tipo de población indígena que se encuentra en la ciudad
sin referencia a una comunidad específica. Aquí se pueden mencionar a los
siguientes grupos poblacionales: i) estudiantes, universitarios y de
bachillerato, ii) trabajadores, empleados y subempleados, iii) desplazados
individuales o en pequeños núcleos familiares, iv) mujeres con sus hijos
dedicados a la mendicidad, v) mujeres, madres solteras, dedicadas a la
prostitución... En términos generales esta población no se encuentra organizada
formalmente.
Respecto a los afro
colombianos,
habitantes de la ciudad es de anotar, por lo pronto, que las características
étnicas referidas a ellos como grupo étnico según las comunidades negras son
cinco: 1) Pertenencia al territorio; 2) Cultura propia; 3) Rasgos fenotípicos
comunes; 4) historia única; 5) Población excluida y marginada desde la
historia.
No hay ninguna duda que la
presencia de población afrodescendiente en Bogotá D.C. es bastante antigua, como quiera que se remonta a la época
colonial, dado que numerosos contingentes de gente esclavizada trabajaba ya sea
en las haciendas de la sabana de Bogotá o desempeñando oficios domésticos en
las casonas de los españoles.
Lo que está todavía por
resolverse y, consiguientemente, amerita investigaciones etnohistóricas más
profundas, es si en el contexto de la ciudad ha habido una continuidad
histórica que articule de alguna manera a sectores de la población
afrodescendiente de hoy con los núcleos de esta población esclavizada durante
le período de la dominación hispánica. Al parecer, todo indica que luego de
promulgada, el 21 de mayo de 1851, la “Ley 21 Sobre Libertad de Esclavos”,
muchos afrodescendientes prefirieron emigrar a otros lugares del país,
preferentemente a orillas del río Magdalena y los pocos afrodescendientes que
llegaron a quedarse en la ciudad, con el transcurrir del tiempo, se diluyeron
con el resto de la población por cuenta del mestizaje genético y cultural.
En todo caso la actual
población afrodescendiente que habita en Bogotá se ha configurado casi
exclusivamente a partir de migraciones de afrodescendientes provenientes en
primer lugar del Chocó Biogeográfico y en segundo lugar de las llanuras del
Caribe, en sucesivas oleadas que adquirieron mayor dinamismo a partir de la
segunda mitad del siglo XX. Si bien en la primera mitad del siglo pasado se
evidencia la llegada de afrodescendientes a la ciudad desempeñando una variedad
de oficios, es a partir de 1950 cuando se registran las mayores afluencias de
afrodescendientes hacia el Distrito Capital.
La presencia en Bogotá,
D.C., de población afrodescendiente se explica, entonces, a través de las
sucesivas oleadas migratorias. Las primeras oleadas originadas por la búsqueda
de mejores oportunidades laborales y educativas, y las últimas oleadas
ocasionadas por los desplazamientos forzados derivados del conflicto social y
armado que vive el país. Es claro que estas distintas oleadas se yuxtaponen y
se complementan.
A manera de hipótesis se
puede plantear que la población afrodescendiente en Bogotá, D.C., presenta dos
horizontes. Un horizonte se constituye a partir de personas y su entorno
familiar más cercano, que viven aislados de otras familias afrodescendientes de
su mismo origen y, consiguientemente, viven inmersos en la cultura
blanco-mestiza y en donde no existe un sentido de diferencia y, otro horizonte,
compuesto por sectores afrodescendientes que han logrado constituir entornos
comunitarios que han posibilitado la recreación de aspectos significativos de
su cultura propia. Es en este horizonte,
en el cual se están construyendo redes comunitarias de solidaridad, dónde
podría hablarse con mayor propiedad de población afrodescendiente con
conciencia de grupo étnico.
Los Rom
constituyen una cultura milenaria.
Existen unas fronteras étnicas que los distingue de los demás pueblos y aunque
ausentes de un territorio propio se ha pervivido a pesar de las diferentes
persecuciones a través de la historia. Sus usos y costumbres permanecen y
prevalecen. Si bien es cierto la globalización ha entrado a jugar un papel de
homogeneización y de arrasamiento de los pueblos y culturas, se puede
manifestar que esta cultura pervive y se reconocen como un pueblo diferenciado
con elementos arraigados, entre los que se puede mencionar el uso cotidiano del
romanés que es la lengua materna y que tiene su origen en el sánscrito.
Los gitanos en Colombia se autodenominan Rom,
a partir de su habla cotidiana, el romano (o romani o romanés y diferencian
varios subgrupos entre los que se destacan los Bolochock-que son la mayoría-,
los Boyhas, Churon, los Mijhais, Los Janes y los Bimbay.
Como grupo tribal étnico
diferenciado, los miembros del pueblo Rom reconocen “elementos culturales” que
los caracterizan como tales: a) la idea de un origen común y de una historia
compartida, b) la larga tradición nómade y su transformación en nuevas formas
de itinerancia, c) idioma propio, d) la valoración del grupo por edad y sexo
como ordenadores de estatus, e) Cohesión interna y diferenciación frente al no
Rom, f) organización social basada en la configuración de grupos de parentesco,
g) articulación del sistema social con base en la existencia de patrilineales
dispersos independientes y autónomos, h) funciones cotidianas de la familia
extensa especialmente en lo que actividades económicas se refiere, i) la
vigencia de un conjunto de normas tradicionales, así como de instituciones que
regula la aplicación de su derecho interno conocido como la “Ley Gitana” o
Kriss, j) el respeto a los muertos y la creencia en una posible intervención de
estos en la vida de sus descendientes y k) respeto a un complejo sistema de
valores; de los que hacen de los que hacen parte una fuerte solidaridad
intergrupal, un intenso apego a la libertad individual y colectiva, un especial
sentido de la estética tanto física como artística, una peculiar interpretación
de los fenómenos naturales, entre otras.
Los Rom de Bogotá D.C., viven en una kumpania (kumpeniyi plural) dispersa en las
localidades de Puente Aranda, Kennedy y Engativá. La kumpania, de manera
sencilla, podría definirse como el conjunto de patrigrupos familiares
pertenecientes ya sea a una misma vitsa (o linaje), o a vitsi (plural de vitsa)
diferentes que han establecido alianzas entre sí, principalmente, a través de
intercambios matrimoniales, y cuya interacción y relaciones endógenas generan,
de hecho, una apropiación espacial sobre las cual se construye la jurisdicción
de los Sere Romengue (Sero Rom, singular). Cabe destacar que la dimensión
espacial que comportan las kumpeniyi no es otra cosa que la apropiación
simbólica de los lugares que se habitan y utilizan económicamente, a partir de
la producción de un sistema de representaciones y de significación del espacio,
que se levanta sobre los territorios de los pueblos sendentarios.
La inmensa mayoría de la
población Rom que vive en Bogotá, D.C., evidencia elevados índices de pobreza y
de Necesidades Básicas Insatisfechas, presentando niveles de vida que se
encuentran muy por debajo de los promedios nacionales. En este contexto hay que
relevar que esta situación de creciente pauperización ha entrado a incidir
negativamente en la identidad cultural del pueblo Rom.
Los Raizales
oriundos del departamento de San Andrés,
Providencia y Santa Catalina es otro de los cuatro grupos étnicos reconocidos
por el Estado Colombiano, que tiene presencia en Bogota. El
Pueblo Raizal entendido como tal y no
como comunidad Raizal, por cuanto para las organizaciones y para la población
este termino no responde a las características jurídicas y antropológicas y
culturales que les definen, en su relación con el Estado Nacional colombiano.
La caracterización que los
Raizales hacen sobre su condición de Pueblo se fundamenta en los siguientes
aspectos:
- El creol como idioma propio que se deriva del
inglés y lenguas africanas, con estructura y gramáticas propios.
- Territorialidad ubicada en el Departamento de
San Andrés, Providencia y Santa Catalina, junto con los cayos, plataforma
continental y marina. El Pueblo Raizal
tiene derecho a un territorio propio en el Archipiélago, para asegurar su
pervivencia, vida propia, el pleno y libre desarrollo de su cultura.
- Sistemas de educación propios y de
transmisión del saber de generación en generación mediante la tradición oral.
- Derecho consuetudinario, sistema judicial, y fuerte cohesión religiosa
al rededor de las iglesias bautista, adventista y católica. El Pueblo Raizal,
posee una estructura marcadamente religiosa, practica la religión bautista hace
más de 150 años, aunque también existen otros grupos religiosos como son el
católico y los adventistas.
- Una Historia compartida y una conciencia como
pueblo, que los une a otros países el Caribe anglófono. Existen marcados lazos
de fraternidad y parentesco de los Raizales con las islas que se encuentran en
el Caribe, esto sin lugar a dudas genera que las fronteras que se dibujan en
los mapas se vean desdibujadas en las prácticas y cercanías culturales que
existen en el Caribe donde el Archipiélago se plantea como “corazón del
Caribe”.
Los primeros contingentes de
Raizales llegan a Bogotá, hacia 1953, año en que fue construido, en la
isla de San Andrés, el aeropuerto que, al acortar las distancias entre el
Archipiélago y el continente, sin duda alguna favoreció la llegada de Raizales
a la ciudad. Estos primeros Raizales que
llegaron fueron traídos por compañías multinacionales petroleras que los
enganchaban tanto por sus conocimientos de inglés, como por su alto nivel
educativo, alcanzado ya sea en los colegios regentados por la Iglesia Bautista
en el Archipiélago o por los estudios superiores conseguidos en diferentes
universidades, principalmente, de los EE.UU.
En las décadas de los
sesenta y setenta del siglo pasado llegan a Bogotá, D.C., varios Raizales con
el propósito de estudiar. Varios de estos Raizales, sin perder los vínculos con
su territorio ancestral, fijan su residencia en la ciudad estableciéndose con
sus familias. En su gran mayoría los Raizales que viven actualmente en el
Distrito Capital son profesionales que por falta de oportunidades en el
Archipiélago han tenido que buscar nuevos horizontes en la ciudad. Pese a que
muchos llevan varios años de estar radicados en Bogotá, D.C., siempre tienen
latente el deseo de retornar definitivamente a su territorio ancestral.
Los Raizales que viven en la
ciudad ya sea de forma permanente o transitoria, si bien al encontrarse
dispersos en la ciudad y al haber --varios de ellos establecido intercambios
matrimoniales con personas de distinto origen étnico-- no tienen asentamientos
definidos, han venido construyendo una suerte de comunidad Raizal ampliada fundada
en los lazos de solidaridad y de apoyo mutuo intraétnicos y en los vínculos que
mantienen con su territorio de origen. De cierta manera, puede decirse que las
dinámicas organizativas que en el Archipiélago el pueblo Raizal ha desplegado
para trascender su situación de colonialismo interno, han conseguido articular
a los Raizales que han emigrado.
Respecto a los grupos
habitantes de la ciudad, provenientes de las diversas regiones del país, la
dificultad de conceptualizacion ha sido menor:
si se considera que las
tradiciones que agrupan a cierto sector para unificarlas, muchas veces tienen
que ver más con la región en donde se ubicaron las culturas siglos atrás que su
pertenencia a una misma entidad, entonces el concepto de cultura regional, parece
ajustarse de manera apropiada para definir los grupos de personas provenientes
de las regiones andina – de la que hace
parte Bogota-- , pacifica, atlántica, de la orinoquia y la insular.
En nuestro país, las culturas regionales no corresponden a los
límites de los departamentos, son áreas
culturales anteriores a la formación de los mismos, por lo que se relacionan
directamente con la historia de cada zona, su actual ubicación en la ciudad de
Bogota, es solo un hecho más de su historia reciente.
En Colombia existen diversos tipos
regionales
resultado de factores como el geográfico, el climático, el económico y el
cultural, cada uno de los cuales posee también características diferenciales
desde el punto de vista racial. Los principales grupos regionales colombianos,
que tienen su representación en Bogota, son:
Chocoano: Habita el departamento del
chocó.
Cundi-boyacense: Comprende los habitantes
del altiplano de los departamentos de Boyacá y Cundinamarca (excepto Bogotá).
Opita: Ubicado
en el río Magdalena (Tolima y huila).
Santandereano: Habita en los
Santanderes.
Llanero: Habita en la región comprendida por los departamentos de Arauca,
Casanare, Vichada y Meta.
Paisa: Este grupo tiene su eje de acción en el departamento de
Antioquia y las zonas colonizadas en el siglo XIX: Caldas, Risaralda, Quindío,
norte del Valle y del Tolima y nororiente del Chocó.
Costeño: Abarca los pobladores de la región del Caribe, que son el
resultado de una amalgama de etnias, culturas y tradiciones, ya que la región
ha sido puerta de entrada de la cultura al país.
Valle-caucano: Habita en la región que comprende los departamentos del Valle y
del Cauca.
Pastuso: Comprende los habitantes del departamento de Nariño.
Como muchas ciudades latinoamericanas, Bogotá es una compleja mezcla
de formaciones sociales, y de culturas regionales y cosmopolitas. En ella se
encuentran asentados representantes de todos los tipos regionales del
país. Su conformación está signada por la tensión
social y cultural interna, entre élites centralistas y excluyentes y la
periferia mestiza, solidaria a su modo porque es la que recibe y alberga a
personas y grupos migrantes. Este fenómeno hace de Bogotá una ciudad
socialmente nueva y culturalmente compleja. Los migrantes, sujetos de los
dramas sociales acumulados, son también portadores de memoria y fundadores de
nuevas formaciones culturales.
En Bogotá, las expresiones culturales regionales y las nuevas
formaciones urbanas carecen de reconocimiento. Esa carencia, sumada a la falta
de oportunidades, hace de ella la capital del rebusque, creatividad desde y
para la supervivencia, expresada doblemente en la informalidad económica y la
inseguridad social; pero también en formidables movimientos culturales
alternativos.
Dado que en líneas
anteriores se concluyo, respeto a la identidad,
que toda colectividad humana que busque reconocerse en términos
identitarios, tiene necesariamente que determinar las fronteras o los límites
de su identidad en relación con el otro o con los otros , vale la pena
aventurarse en el análisis respecto a
“quien es el otro” :
En el caso de las culturas
regionales o los grupos provenientes de las diversas regiones del país
habitantes de la ciudad, los otros son los oriundos de regiones distintas a la propia. Ahora, como
quiera que Bogota, es el epicentro
político administrativo del país y es parte de la región andina, es posible
aventurarse por ahora en la apreciación, de que las colonias provenientes de
las regiones restantes, se construyen en
contrapeso de la perspectiva del campo cultural creado por la región Andina, es así que se tiene por el otro,
principalmente a esta región.
Es un hecho que, en lo fundamental, las otras regiones de Colombia se definen
desde la consideración del otro región Andina porque desde allí, tomando como
epicentro a Bogotá, se ha ejercido la dominación a través de un campo de poder
económico y político centralista, cuyo estilo de vida, se ha impuesto o pretendido imponerse a las
demás regiones, desconociendo sus identidades culturales, lo que ha traído, en
unos casos, la aceptación y conformidad, y en otros, la crítica y la
resistencia.
En muchos casos, la mirada
sobre si mismo, como región está influenciada
por la mirada del otro que lo desconoce. En su no saber sobre las otras
regiones, los agentes del campo del poder centralista han creado estereotipos
(capital simbólico, para ellos) sobre la identidad de las regiones.
A Colombia se le ha definido
muy gráficamente como un país de cuatro esquinas y un centro, para referirse a
las cinco regiones naturales que conforman su territorio. Las cuatro esquinas
son las regiones Caribe, Pacífica, Amazónica y Orinocense, y el centro: la Andina, desde donde las más
de las veces se han administrado burocráticamente, sin avances tangibles, los
planes de desarrollo, a pesar de los intentos de descentralización
administrativa saboteada siempre por el eterno centralismo político.
Por lo que respecta al caso
de los grupos étnicos: de los indígenas, de los Afrocolombianos, de los
Raizales, de los Rom- gitanos para
quienes “los otros”, son todos aquellos que no hacen parte de su propio
colectivo cultural, ocurre algo
comparable al caso de los grupos étnicos regionales respecto a la región
andina: “el otro” se diluye en la percepción del aparentemente, bogotano común,
aun cuando este pueda pertenecer a alguno de los grupos regionales habitantes
de la ciudad.
Por otro lado, al estado
colombiano en general y a la administración Distrital, en particular, se le acusa de manera recurrente de
discriminadora y excluyente, cuando desconoce, al parecer, los derechos, y las
diferencias culturales de las minorías étnicas y regionales que habitan y
enriquecen culturalmente la ciudad, sin embargo, preocupa de manera especial,
por ahora, el asunto relacionado con la negación del otro, esta puede ser la
negación total o la negación de algunos de sus derechos específicos. Y esta negación puede ocurrir desde el
estado mismo respecto a las minorías, pero también puede presentarse entre los
grupos minoritarios sean estos étnicos o no, frente a otros considerados como
diferentes al grupo al que se pertenece: vale la pena detenerse en las apuntes
que hace sobre el tema Jose Del Val Blanco
y que salvo algunos comentarios, se
resume a continuación:
Para empezar puede decirse
que cuando se presenta la negación del otro, esta negación puede ser la
negación total o la negación de algunos de sus derechos específicos, enfrentamos
entonces, conceptos como prejuicio, segregación, discriminación e incluso
racismo: prejuicio significa juzgar las cosas antes de tiempo; la segregación
consiste en la separación espacial de alguien de manera excluyente, y
finalmente, la discriminación es el mismo trato diferenciado en el mismo
espacio social. Todos estos conceptos los utilizamos con alguna frecuencia y de
manera indistinta: Existe la segregación como afirmación, hay formas de
segregación que utilizan los mismos grupos para ubicarse en el tiempo, para
ubicarse en el espacio y trascender, la segregación sirve en muchos casos, como
una de las formas para entrar y salir de la modernidad…. Cuando la segregación
permite mantener una tradición específica… vale la pena detenerse en el caso de
los gitanos: quienes mantienen un conveniente y cotidiano contacto con la
sociedad mayor sin permitirle a esta última acercarse demasiado a su propio espacio cultural.
El racismo es hijo y padre
del cambio especifico, lo paradójico es que aunque genéticamente no existen las
razas, el racismo si es una realidad en nuestra sociedad. Este responde a varias categorías: hay autores que hablan del infraracismo o del
racismo fragmentario, en algunos casos el racismo toma carta de naturalidad,
cuando va acompañado de una fuerza política que le da sentido y orientación a
la acción, este es el caso del aparhei El racismo existe en todas las sociedades de
manera permanente, no obstante cuando un grupo lo toma como bandera de lucha,
es cuando este aflora y es cuando se puede hablar con mayor exactitud de
racismo, el movimiento vasco se inicio como un movimiento racial específicamente,
posteriormente el movimiento construyo un discurso de carácter político que
abandona el racismo, esto permite pensar, también, que el racismo no es un
elemento constitutivo permanente, puede existir en un movimiento político y
desaparecer, o puede no existir y aparecer.
La auto “racializacion”, la
definición de si mismo como raza pura, como raza superior es otro asunto: de
ahí proviene la necesidad de purificación y en consecuencia de exterminio. Otro es
el racismo que no es explicito, pero que igual es una realidad: muchos
son los comentarios de los gitanos relacionados con la dificultad para arrendar
casas en Bogota, según ellos, siempre están disponibles, particularmente cuando
se dispone de todos los documentos exigidos,
hasta que los arrendatarios descubren que son gitanos… Todos estos datos
son solamente la invitación a abordar de manera mas profunda, un tema que en
apariencia es sencillo, pero que el aproximarse evidencia su complejidad desde
un inicio.
A manera de conclusión, y a
propósito del concepto de cultura, que se abordo líneas arriba, y que permea
todo el documento, vale la pena detenerse en una breve reflexión
sobre la diversidad cultural.
El
tema de la diversidad cultural nos convoca en un buen momento, ya que como
concepto está muy en boga en las últimas décadas tanto en ámbitos académicos
como gubernamentales.
Resulta pertinente,
plantearse algunos interrogantes acerca del para
qué reflexionamos sobre la diversidad: si para tratar de incorporar su
“histórica existencia forzadamente ocultada”, o si, a través de ella y con
ella, trabajamos para la construcción de una sociedad, donde lo diverso tenga
un rol tan protagónico que obligue (como
de por sí lo está haciendo) a replantear estructuralmente la sociedad actual. Tomando
el segundo camino, aceptar y defender la diversidad que conlleva, necesariamente,
a construir una revolución, dado que, dentro del orden que se le fue dando al
mundo, luego de la formación de los estados nacionales, no entra la diversidad,
y el proyecto de re-actualizarse en función de este enfoque busca, en
consecuencia, administrar el descontento y adaptar algunas de sus demandas
mediante la oferta de una ficción que no promueve la incorporación de fondo de
los distintos sujetos sociales pero que sí ofrece, algunos resquicios. Pensar
la interculturalidad es, necesariamente, cuestionar profundamente muchas
categorías empezando por la del sujeto único.
En un sentido que trascienda
los tópicos de la tolerancia y el respeto hacia las “minorías” (como se ha dado
en llamar a todos aquellos y aquellas que no “encajan” en los modelos de
sociedades nacionales y mercados globales) cabe preguntarse: ¿Adonde nos lleva
–como proyecto de sociedad, de mundo– asumir la diversidad cultural? ¿Qué
significa realmente “respetar” o “tolerar” al “otro”, al diferente?
Esas minorías que otrora quedaban
ocultas por la homogenización de los estados nacionales, ahora emergen como
“nuevos” sujetos sociales capaces de dotar de sentido semántico y de poner en
el centro del debate el tema de la diversidad desde dos polos opuestos: están por un lado los movimientos de
resistencia en todo el planeta, que han logrado llevar las demandas de las minorías
y de los sectores marginados a los ojos
del mundo entero. Pero por el otro, y esto no hay que minimizarlo, está el
siempre viejo truco de los poderosos, en tanto se adueñan de las conquistas
sociales y las incorporan en los discursos oficialistas.
Las
luchas por el reconocimiento indígena en Colombia, han sido muchas y muy
variadas, pero es a partir de la reforma constitucional del 91, que el debate
sobre los derechos y la cultura indígena se pone sobre la mesa de manera seria.
Y este debate, en términos de aceptación de la diversidad, implica también la
lucha por la autonomía. Porque finalmente de lo que se trata es de aceptar y
convivir con este otro que tiene otros modos: otra forma de entender la
economía, la justicia, la cultura, la educación. En el contexto
latinoamericano, generalmente la autonomía está referida a la autodeterminación
de los pueblos indígenas, en términos de representación democrática siempre
dentro de la organización política y administrativa del Estado. Así, las experiencias
de autonomías implican cierta descentralización política y administrativa del
Estado pero dependen siempre, en mayor o menor grado, de las potestades
legislativas que éste otorgue…
Nota:
hace falta aun incorporar al documento los aspectos relacionados con los
conceptos de globalización y el reconocimiento de lo particular en lo
global, con la política global y la
diversidad, ecología social, nuevos
modelos de administración publica, los nuevos enfoques de desarrollo, la crisis
de la cultura y la identidad. Dado que
se integraron al documento elementos de presentación de los grupos étnicos se debe
incorporar al mismo datos equivalentes para las culturas regionales habitantes
de la ciudad.
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