Waili Tatiana Gamboa Martínez
Pilar Jaramillo de Zuleta cuenta que son muy pocos los procesos en policía y juicios criminales del Archivo general de la Nación que se refieran a la prostitución, esto se debe a que era un ejercicio clandestino y las relaciones no eran fugaces.
En el Nuevo Reino de Granada no existió durante el periodo colonial no
existió casa de mancebía.[1]
En Nuevo Reino de Granada la prostitución es clandestina y privada, y se
desarrollaba en las propias viviendas de los involucrados, o en el caso de
Santa Fe en tiendas y chicherías.
Además de que la prostitución no contaba con un establecimiento
específico para su desarrollo, la autora menciona otro aspecto y es que la
duración de las relaciones.
“A las mujeres involucradas en
estas actividades se les conocía con el nombre de “mujeres malas”, “mujeres
perdidas”, “mujeres escandalosas y que hacen maldad de sus cuerpos”, “mujeres
de vida airada” y, finalmente, “arrepentidas” […] también se les da el nombre
crudo de prostitutas. De todos estos apelativos el más singular era es el de
“arrepentidas”, pues deriva ya no del oficio desempeñado por la mujer sino del
espacio de reclusión que entonces se pensaba era adecuado para ellas”[2]. Lo primero que
se buscaba era que estas mujeres se arrepintieran y se recluyeran en un monasterio.
La autora explica que la frontera entre delito y pecado estaba muy
desdibujada, tanto que puede parecer lo mismo, esto se debe a la estrecha
relación entre iglesia y Corona.
La iglesia, crea varios concilios para legislar sobre los “pecados públicos”,
esta es una categoría que incluye:
Amancebamientos, adulterios y mujeres escandalosas.
El primer concilio fue convocado por el arzobispo Fray Juan de los Barrios
en el año 1556, los últimos capítulos se refieren entre varias cosas a la
enmienda de los pecados públicos.[3]
Con excepción del concilio de 1556 no conocemos otra legislación directa sobre
los “pecados públicos”.
La posición de la iglesia era clara, ordenaba que le disolución de esta
costumbre se reprimiese no solo con
castigos y excomunión, sino invocando la ayuda del brazo secular.[4]
En el caso de la legislación civil contemplaba fuertes sanciones con la
prostitución y los involucrados en la actividad.
La justicia se mantenía vigilante en la persecución de amancebados,
adulteros y demás transgresores de la castidad[5],
esto a través de las “rondas” que consistía en rondar la ciudad en busca de los
pecados públicos, irrumpiendo sorpresivamente en las viviendas de supuestos
culpables y quien fuese encontrado culpable sería dirigido a la cárcel si era
hombre y monasterio su es mujer.
Dependiendo de la gravedad de la culpa, la mujer podía ser desterrada de
la ciudad, o los azotes públicos, sin embargo, según la autora, estos se solían
hacer en privado en presencia de un hombre mayor.
El rey había dispuesto en 1636 la construcción de una de casa de
Recogidas[6],
construida hasta 1642. La infraestructura era similar a la de un monasterio y
estaba cuidado por una “madre beata”[7]. En el caso de Cartagena, el cuidado estaba a
cargo de un hombre.
A finales del siglo XVIII la autora menciona algunos indicios para
sostener que la prostitución se empieza a desplazar de lo domestico a la calle,
esto se podía dar por la migración masiva de mujeres de otros lugares del
reino.[8]
La autora cierra este texto con unas conclusiones muy concisas:
·
“La prostitución durante el periodo colonial es un
fenómeno completamente diferente del que se conoce en la actualidad”[9]
·
“…La prostitución en estos reinos se practicó en forma
clandestina y privada, y se redujo las más de las veces al espacio del hogar
domestico con la asidua colaboración de alcahuetes y proxenetas, generalmente
miembros de la misma familia de las mujeres”[10]
·
“La relaciones que las mujeres establecían con sus
amantes no eran fugaces: duraban por lo general, más de dos años”.[11]
Bibliografía: MARTÍNEZ, Aida. RODRÍGUEZ, Pablo. Placer, Dinero y Pecado: Historia de la Prostitución en Colombia. (Capitulo:
Las “arrepentidas” de Pilar Jaramillo de Zuleta). Editorial Aguiar. Bogotá,
2002.
[1] MARTÍNEZ, Aida. RODRÍGUEZ, Pablo. Placer, Dinero y Pecado: Historia de la Prostitución en Colombia.
(Capitulo: Las “arrepentidas” de Pilar Jaramillo de Zuleta). Editorial Aguiar.
Bogotá, 2002. Pág. 91
[2] Ibidem. Pág. 93.
[3] Ibidem, Pág, 95
[4] Ibidem. Pág. 97.
[5] MARTÍNEZ, Aida. RODRÍGUEZ, Pablo. Placer,
Dinero y Pecado: Historia de la Prostitución en Colombia. (Capitulo: Las
“arrepentidas” de Pilar Jaramillo de Zuleta). Editorial Aguiar. Bogotá, 2002.
Pág. 101.
[6] Ibidem. Pág. 102.
[7] Ibidem. Pág. 103.
[8] Ibidem. Pág. 118.
[9] Ibidem. Pág. 127
[10] Ibidem.
[11] Ibidem.
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