Waili Tatiana Gamboa
Martínez.
Maria Victoria Alarcón estudió antropología, tiene una
maestría y un doctarado en Historia de la Universidad Nacional. Las masacres y
sus efectos simbólicos sobre la población ha sido uno de sus temas más
reiterados, investigadora por muchos años del Cinep, actualmente se desempeña
como Directora del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, ICANH.[1]
Maria Victoria se ha dedicado a estudiar un fenómeno
que ha sido recurrente en la historia reciente de Colombia: el asesinato
colectivo de personas desarmadas e indefensas a manos de grupos armados. Ella, divide este trabajo en dos partes, la
primera, hablando del periodo de La Violencia, y el segundo ubicándolo en el
siglo XX, haciendo un paralelo entre los dos periodos.
Las masacres en el periodo de La Violencia María
Victoria las entiende como actos sacrificiales, con tres fases claramente definidas
y una serie de rasgos que son peculiares al sacrificio. “El primero de ellos, es el porte de vestimentas especiales por parte
de los autores de los hechos, mientras cometen los actos sangrientos. El segundo,
es la utilización de determinadas palabras, generalmente soeces, que tienen por
objeto degradar a las víctimas. Por último, el empleo que hacen los autores de
las masacres de determinados alias o apodos con los cuales encubren la
identidad que les otorga el nombre de pila”.[2]
La Violencia fue una guerra irregular que no tuvo
caudillos, ni ideales y durante la cual se ejecutaron incontables masacres en
las áreas rurales. La Violencia fue, en términos del historiador Marco
Palacios, “el ámbito propicio para el
surgimiento de formas entreveradas de resistencia campesina, de bandolerismo
nómada, de negocios lucrativos, de clientelismo y de agrarismo. Sin embargo, su
efecto más dramático fue la degradación de los fundamentos morales de la acción
política”.[3]
Un rasgo interesante del periodo era que no era la
toma del poder o el cambio del sistema lo que inspiraba a los rebeldes sino la
posibilidad de participación burocrática y de incorporación al aparato
institucional, pues el aparato estatal e institucional en Colombia se fue
construyendo de una manera muy desigual, consolidándose en la región andina
central y en una porción de la costa y de las llanuras del Caribe. Por fuera, y
a la deriva, quedaron una serie de territorios periféricos.
Los cerca de doscientos mil muertos que dejó La
Violencia de mediados del siglo XX fueron en su inmensa mayoría habitantes
pobres de las zonas rurales, católicos que iban a las mismas escuelas,
frecuentaban los mismos espacios de sociabilidad y reconocían la misma bandera y,
lo más importante, pertenecían al mismo estrato social. Es decir, tenían
relaciones cercanas pero estaban esencialmente separados. Pécaut consideraba
que “las divisiones partidistas no eran
más que el argumento aparente de una fragmentación radical de lo social”.[4]
Entonces,
haciendo un repaso podemos decir que, desde comienzos de la década de 1950,
familias campesinas liberales y comunistas se declararon en contra del régimen
conservador. Tomaron las armas con el fin de colonizar algunos parajes
selváticos que después fueron nombrados por dirigentes conservadores como “repúblicas
independientes” que fueron atacadas militarmente durante el gobierno
conservador de Valencia en 1964 y sus sobrevivientes dieron origen, unos años más
tarde, a la guerrilla marxista de las FARC.
Los grupos insurgentes colombianos surgieron como
manifestación armada de discrepancias y enfrentamientos con un Estado que nunca
estableció alianzas fuertes con los campesinos y que solo logró distribuir
entre estos un porcentaje muy bajo de las tierras disponibles. Sin embargo,
aunque el objetivo inicial de los grupos insurgentes fue la destrucción del
orden social dominante y del Estado que lo sustenta, la imposibilidad de lograr
dicho objetivo en un mediano plazo, se convirtió la lucha armada en una opción.[5]
En Colombia se pueden distinguir tres tipos de
cuadrillas bandoleras. El primer tipo corresponde a las cuadrillas grandes que
tenían gran capacidad de movilización y amplia cobertura, contaban con el apoyo
de los campesinos en sus áreas de influencia y su grupo eran orientados por una
identidad bipartidista, sus motivaciones principales eran la venganza y la
eliminación física de los adversarios políticos. Los ejemplos más
representativos de este tipo de cuadrilla fueron algunas de filiación Liberal
como las lideradas por "Chispas", “Desquite” y
"Sangrenegra". Entre las de filiación Conservadora se destacó la de
Efraín González. Un segundo grupo lo conformaron algunas cuadrillas pequeñas,
con una cobertura espacial restringida y originadas a partir de conflictos entre
veredas vecinas y contrarias, contaban con el apoyo de algunos hacendados y
políticos locales. El tercer tipo fue el de bandas pequeñas, integradas por
unos cuantos individuos dedicados indiscriminadamente al pillaje, al robo y a
cometer todo tipo de atropellos contra los campesinos.[6]
Los integrantes tenían diferentes funciones, entre estas cabe destacar la del “campanero”,
el que avisaba a los demás miembros de la cuadrilla cualquier. El “cuidandero”
no participaba en los hechos de sangre, se quedaba en un lugar apartado
cuidando las vestimentas de los bandoleros. Sin embargo, para Maria Victoria
Uribe quien desempeñó la función mas importante fue el “sapo” quien servía como
delator.
Entre 1949 y 1953, la policía “chulavita” llevó a cabo
numerosas masacres que se caracterizaron por su sevicia y crueldad. Con el
correr del tiempo, serían adoptadas por los bandoleros Liberales y
Conservadores. Dentro de las tácticas utilizadas por estos policías para
exterminar a los campesinos Liberales se pueden mencionar el chantaje, las
golpizas públicas con la parte plana del machete, conocidas como aplanchadas,
los cortes y mutilaciones corporales, el incendio de casas, parcelas y animales
domésticos y los mensajes anónimos amenazantes.
Maria Victoria Uribe, también hace una reflexión con
respecto a la alteridad, identidad y simbolismo y dice: “Durante La Violencia, la identidad política tanto de Liberales como de
Conservadores fue un asunto de antagonismo y no de contradicción o de oposición
entre ellos. Tanto los unos como los otros no lograban su identidad consigo
mismos sino a partir de la destrucción del Otro”.[7]
Durante La Violencia el enemigo era un extraño y al
mismo tiempo era un conocido, era alguien que vivía muy cerca y del cual se
estaba irremediablemente separado por una calle, un barranco o un río.
Los campesinos de La Violencia no concebían a sus
enemigos como algo definitivamente diferente de los animales, y a la hora de
matar tampoco diferenciaban a la víctima del animal. Al asignarle al Otro una
identidad animal se lo estaba degradando para facilitar su destrucción y
consumo simbólico.
Los símbolos tenían una fuerza notable, al igual que
ciertas palabras que eran proferidas en ocasiones especiales por Liberales y
Conservadores. Para los campesinos Conservadores lo político y lo religioso
estaban íntimamente ligados y esa ligazón se materializaba en un color
específico, el azul el color de la virgen de la Inmaculada Concepción, el color
del Partido Conservador, del cielo y uno de los colores de la bandera nacional.
“En cambio los Liberales, que también
eran católicos, no asociaban la simbología partidista con la religiosa. El rojo
que los identificaba también hacía parte de la bandera nacional. Tenía otras
asociaciones pues los Liberales eran considerados revolucionarios y ateos por
los Conservadores”.[8]
Las guerras internas en Colombia no han sido guerras
regulares pues estas se han caracterizado por los ataques sorpresivos,
generalmente nocturnos, durante los cuales los grupos armados atacan por
sorpresa y matan a sus víctimas para luego replegarse a las montañas. Los
procedimientos comunes de tales ataques han sido actos de extrema barbarie
entre los cuales se pueden mencionar las masacres, las mutilaciones corporales,
las violaciones y la tortura. Las masacres fueron prácticas comunes en dichas
guerras y estuvieron acompañadas por todo un repertorio de actos atroces.[9]
En las masacres hay un simbolismo que estudia Maria
Victoria Uribe Alarcón, por ejemplo, los cuadrilleros decapitaban al muerto
porque éste quedaba con los ojos abiertos y según ellos ahí todavía estaba
vivo, también lo descuartizaban, para dejarlos “bien muertos”.
“El cuerpo humano fue sometido a una serie de
transformaciones que se efectuaron con instrumentos cortantes como cuchillos,
puñales y machetes. Los cortes practicados a los cadáveres alteraron
completamente la disposición física de las diferentes partes del cuerpo de las
víctimas”.[10]
Durante las décadas finales del siglo XX, Colombia se
convirtió en un país fundamentalmente urbano, concentrando el setenta por
ciento de su población en las ciudades. Esa misma proporción poblacional fue la
que predominó en las áreas rurales durante la época de La Violencia. Los
procesos de modernización, la expansión de la cobertura educativa, la
promulgación de la Constitución de 1991 que abrió nuevos espacios políticos, y
la globalización de las telecomunicaciones, contribuyeron a diluir en la
mentalidad de los colombianos las identidades políticas bipartidistas que había
prevalecido casi sin modificación hasta bien entrada la segunda mitad del siglo
XX.[11]
Pero ni las grandes movilizaciones de la sociedad
civil, ni la inclusión política de nuevos grupos sociales, ni los proyectos de
reforma institucional que introdujo la Constitución de 1991, lograron revertir
las dinámicas de la violencia. A partir de la década de 1980, el narcotráfico
hizo su aparición en la vida nacional, contribuyendo a fragmentar aún más el
territorio nacional.
De acuerdo con el historiador Marco Palacios, “el territorio colombiano se encuentra
profundamente escindido. Por un lado, está el país urbano moderno constituido
por las grandes ciudades que, a manera de islas, proveen cierto bienestar. Allí
se ejerce la ciudadanía y existe gobernabilidad. En segundo término está al
país rural tradicional que ha sido duramente impactado por la violencia
insurgente y paramilitar. Allí siguen imperando las lógicas clientelistas del
bipartidismo. El tercer país es el más devastado pues ha sido construido por
sucesivas oleadas de campesinos colonizadores que fueron expulsados hacia las
fronteras del Estado-nación y dejados a su arbitrio.”[12]
Para Maria Victoria Uribe la guerra de este siglo se
mueve en dos planos.[13] El primer plano
corresponde a la confrontación directa entre los grupos insurgentes,
paramilitares y las fuerzas armadas. En esa confrontación, el Ejército trata de
contener el avance de la subversión. Los fuertes golpes militares propinados
por la guerrilla durante esa misma década, propiciaron el fortalecimiento de
alianzas entre militares y paramilitares, delegando en estos últimos el trabajo
de liquidar las bases sociales de la guerrilla. El segundo plano de la guerra lo
protagonizan los grupos armados irregulares contra los apoyos reales o
supuestos del adversario. “Valiéndose de
los grupos paramilitares, los sectores más reaccionarios del establecimiento
han liquidado de manera sistemática a defensores de Derechos Humanos,
sindicalistas, militantes y simpatizantes de izquierda, líderes campesinos y a
todos aquellos que presumen como colaboradores y apoyos logísticos de la
guerrilla”.[14]
Los guerrilleros de hoy no son los de la década de
1950, y los paramilitares actuales tampoco son los “pájaros” de La Violencia. A
pesar de las diferencias, los rasgos comunes son sorprendentes. Por ejemplo,
los espacios donde ocurren las masacres contemporáneas siguen siendo rurales, y
los actos siguen siendo atroces.
En este siglo, los asesinatos y las masacres, buscan
consolidar territorios y definir fronteras entre los grupos armados que se
disputan el control de extensas zonas del territorio nacional. Quedó atrás el
arraigo partidista que se heredaba de padres a hijos y que polarizaba a
Liberales y Conservadores en los pueblos, veredas y municipios. Ahora los
habitantes rurales son asesinados porque son percibidos como apoyos directos o
indirectos del bando contrario.
Bibliografía:
·
Biografías. Uribe, María Victoria. Biblioteca Virtual
Biblioteca Luis Ángel Arango. Tomado de: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/biografias/uribe-maria.htm el 17 de
Septiembre del 2016.
·
CvLAC Maria Victoria Uribe Alarcón. Tomado de: http://scienti.colciencias.gov.co:8081/cvlac/visualizador/generarCurriculoCv.do?cod_rh=0000159271 el 17 de
Septiembre del 2016.
·
URIBE Alarcon, Antropología
de la inhumanidad. Un ensayo interpretativo sobre el Terror en Colombia.
[1] 1. CvLAC Maria Victoria Uribe Alarcón. Tomado de: http://scienti.colciencias.gov.co:8081/cvlac/visualizador/generarCurriculoCv.do?cod_rh=0000159271 el 17 de Septiembre del 2016.
2. Biografías.
Uribe, María Victoria. Biblioteca Virtual Biblioteca Luis Ángel Arango. Tomado
de: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/biografias/uribe-maria.htm el 17 de Septiembre del 2016.
[2] URIBE Alarcon, Antropología de la inhumanidad. Un ensayo
interpretativo sobre el Terror en Colombia.
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