Waili Tatiana Gamboa
Martínez.
Charles Bergquist, historiador estadounidense,
profesor emérito del Departamento de Historia de la Universidad de Washington.
Desde la década de 1960 ha estado vinculado con Colombia, a donde llegó en un
primer momento como miembro de los Cuerpos de Paz y posteriormente ha mantenido
relaciones estrechas con nuestro país como investigador y profesor visitante.[1]
Para Charles Bergquist de todos los conflictos civiles
que han marcado la historia de Colombia, desde los tiempos de las guerras de
independencia a principios del siglo XIX hasta hoy, “la dimensión popular de la Guerra de los Mil Días (1899-1902) sigue
siendo la más oscura”.[2]
Charles Bergquist empieza su trabajo contando el
contexto en el que él empezó a interesarse por el tema. El año de 1968 fue cuando
las fuerzas democráticas y populares parecían estar al borde de romper con el
orden establecido de las cosas para crear una nueva sociedad.[3]
En América Latina, el éxito de la revolución cubana
había estimulado movimientos revolucionarios, provocando que las elites
latinoamericanas y sus aliados en el gobierno de Estados Unidos empezaran a
hablar sobre la necesidad de una reforma democrática para poder atajar el
avance de las revoluciones socialistas a lo largo del hemisferio. En el mundo
de la academia se creía que la comprensión histórica debía reflejar e informar
sobre las luchas democráticas y populares que envolvían al mundo.
La guerra de los mil días no solo fue la más grande de
los conflictos civiles de Colombia en el siglo XIX, sino que parecía marcar el punto de decisivo
en la historia nacional, pues se pasaba de una política de inestabilidad,
violencia y estancamiento económico de casi medio siglo, a la estabilidad
política y el desarrollo económico.[4] Para Charles
Bergquist la Guerra de los Mil Días era
la culminación de medio siglo de lucha entre las elites liberales y
conservadoras sobre la pauta y el contenido de las reformas liberales diseñadas
para promover el desarrollo de la agricultura de exportación en Colombia[5], es decir, “el
conflicto de la elite tenía profundas dimensiones materiales, programáticas e
ideológicas, y que aunque hay motivaciones personales, regionales y
clientelistas que influyen en los políticos, sus actitudes y acciones podrían
ser totalmente comprendidas únicamente en relación con las tendencias del
sistema más amplio del capitalismo mundial”.[6]
Charles Bergquist se aproxima a
la guerra de los mil días a partir de fuentes de archivo como aquellas de finales
del siglo XIX y principios del siglo XX que en general estaban en su mayoría
sin organizar y sin catalogar en el Archivo Nacional de Colombia.
Sus fuentes, incluían
varias colecciones de papeles personales de políticos de la elite de la época
como los del líder liberal Rafael Uribe Uribe. También contaba con una inmensa
colección de telegramas relacionados con la guerra, guardados en un archivo
militar almacenado por el Ministerio de la Defensa.[7] Tenía una gran colección
de periódicos de la época guardados en las bibliotecas Nacional y Luis Ángel
Arango “…estos mismos repositorios
guardan varios volúmenes de memorias de participantes de la elite en la Guerra,
como también un puñado de estudios secundarios del conflicto escrito por
historiadores posteriores”.[8]
Pero a pesar de ser fuentes interesantes ninguna de
estas fue muy reveladora sobre los motivos y el papel que la gente de las
clases populares desempeñó en la guerra de los mil días, pues estas, así como
la literatura secundaria giraban sobre las motivaciones y acciones de la elite.
Sin embrago, Charles Bergquist sabía que
la gente que más participó en la lucha pertenecía obviamente a las clases
populares en su mayoría trabajadores rurales agrícolas, pero no contaba con las
fuentes donde se hablara de su propia voz sus preocupaciones y experiencias,
pues la clase trabajadora en su inmensa mayoría era analfabeta.
Los escritores que por lo menos se preocuparon por las
motivaciones de los miembros de las clases populares en el conflicto sólo
recalcaron su persecución, describiéndolos como “participantes pasivos, ignorantes o aniñados que fueron engañados o
forzados a tomar las armas”[9]
y de esto, si encontró evidencia, pues tanto por parte de las fuerzas del
gobierno conservador, como por parte de los revolucionarios liberales había un
reclutamiento coercitivo y forzado, pero, la coerción, por supuesto, iba más
allá de la fuerza política total, incluía las presiones económicas,
especialmente el acceso a la tierra para trabajadores dependientes en las
grandes haciendas.[10]
Esas otras formas de coerción las vio Charles
Bergquist reflejado en un documento que era un conjunto de instrucciones de
Rafael Uribe Uribe, quien se estaba preparando para asumir el trabajo de
administrar una gran hacienda en Cundinamarca en 1894 donde le decían: “Es conveniente ejecutar un escarmiento en
uno de los que en la hacienda son considerados como invulnerables, y que quizá
ayudan a fomentar la rebeldía. Expulsado uno, los demás se someten”[11]
Charles Bergquist
encontró evidencia que refutaba la noción de la pasividad popular,
descubriendo evidencia de resistencia por parte de la población civil al
reclutamiento. También pudo documentar “el
miedo de la elite por las clases populares y su preocupación, especialmente a
medida que la Guerra progresaba y los grupos de guerrilla ganaban más autonomía
de parte de la elite del partido liberal, de que elementos populares estaban
adquiriendo un interés propio en la continuación de la guerra”[12].
Charles Bergquist se apoyó en ese último argumento para explicar la decisión de
los comandantes de las fuerzas regulares liberales a finales de 1902 de
entregar sus armas y poner fin a la Guerra.[13]
Con el tiempo, fueron apareciendo nuevos trabajos
sobre la Guerra de los mil días que arrojaban nueva e importante luz sobre la
participación popular en ella. Alguno de estos son: Los guerrilleros del novecientos, de Carlos Eduardo Jaramillo, un
trabajo enfocado en la vida diaria de los combatientes durante la guerra,
particularmente las fuerzas de la guerrilla liberal operando en el departamento
del Tolima[14].
Jaramillo recupera el papel de las mujeres, niños e indígenas en la Guerra de
los mil días, también tocó temas como el reclutamiento y de cómo se vio
afectada la gente del común.
La segunda contribución importante al entendimiento de
lo popular en la Guerra de los Mil Días es un ensayo de Fernán E. González, S.
J., originalmente publicado como La
Guerra de los Mil Días y después como De
la guerra regular de los ‘generales-caballeros’ a la guerra popular de los
guerrilleros. La contribución de González fue su búsqueda por una
comprensión más amplia del conflicto, “sintetizando
e interpretando aspectos de la literatura secundaria sobre la Guerra”.[15]
“Él afirma que el teatro geográfico de la guerra
popular de guerrillas estaba localizado “especialmente en el valle del
Magdalena, desde Honda hasta Neiva, con las vertientes cordilleranas que lo
circundan” Éstas eran sociedades de “poca cohesión y control sociales” donde la
presencia del Estado y de la Iglesia era precaria. Fueron estas áreas las que
procrearon y sostuvieron a los principales grupos de guerrilla liberal que
prolongaron la guerra en el interior del país después de la derrota de los
ejércitos regulares liberales en Palonegro, Santander, en mayo de 1900. Y fue
en estas áreas donde, durante las últimas etapas de la Guerra, la brutalidad y
degradación del conflicto fue más hondo, condiciones éstas que ayudan a
explicar el recrudecimiento de la violencia política en estas mismas regiones
en la mitad del siglo XX”[16]
Para González lo que hace que las fuerzas de guerrilla
de Cundinamarca y Tolima sean “populares” es que están compuestas “principalmente de iletrados del campo,
campesinos sin tierra, pequeños propietarios y colonos, y trabajadores
independientes”.[17] Sin embargo, no hay
evidencia delíderes y fuerzas populares hayan evolucionado hacia la
articulación de un proyecto social que pudiera democratizar las disposiciones
sobre la tenencia de la tierra, la reforma a los sistemas explotadores de
trabajo o el cambio en las políticas que desfavorecían ampliamente a los
colonos en la adjudicación de las tierras públicas.[18]
Martínez y Tovar, concluyen que los participantes en
el conflicto incluyendo miembros de las clases populares estuvieron
profundamente motivados por las ideologías partidistas.
“Entre la conscripción y la incorporación voluntaria
hay una gama de actitudes que no dejan lugar a dudas sobre el poder ideológico
de los partidos. La política era una especie de religión. Las ideas liberales y
conservadoras operaban como libro sagrado…”[19]
Parece ser que la ausencia de una dimensión popular
independiente coloca a la Guerra de los Mil Días aparte de las guerras civiles
anteriores de ese siglo. Vista desde la luz de la desactivación popular, el
significado de la Guerra toma un nuevo significado. Por una parte, marca el
punto final de un largo período de declinación de la política popular. Por otra
parte, señala el comienzo de otro período, que todavía hoy nos acompaña, en el
que los intereses populares están en gran parte sumergidos y son canalizados a
través de la identificación con los partidos liderados por las elites liberal y
conservadora.[20]
Bibliografía:
·
BERGQUIST, Charles. En búsqueda de lo popular en la guerra de los
mil días. Análisis político. No. 52, Septiembre-Diciembre 2004, Bogotá.
·
Núñez Espinel, Luz Ángela. La historia en perspectiva comparada: entrevista con el profesor Charles Bergquist. Historia critica. No.
42. Septiembre-Diciembre 2010, Bogotá.
[1] Núñez Espinel, Luz Ángela. La
historia en perspectiva comparada: entrevista
con el profesor Charles Bergquist. Historia critica. No. 42.
Septiembre-Diciembre 2010, Bogotá.
[2] BERGQUIST, Charles. En búsqueda de lo popular en la guerra de los
mil días. Análisis
político. No. 52, Septiembre-Diciembre 2004, Bogotá.
[3] BERGQUIST, Charles. En búsqueda de lo popular en la guerra de los
mil días. Análisis político. No. 52, Septiembre-Diciembre 2004, Bogotá.
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