lunes, 10 de julio de 2017

Reseña: En búsqueda de lo popular en la guerra de los mil días de Charles Bergquist

Waili Tatiana Gamboa Martínez.

Charles Bergquist, historiador estadounidense, profesor emérito del Departamento de Historia de la Universidad de Washington. Desde la década de 1960 ha estado vinculado con Colombia, a donde llegó en un primer momento como miembro de los Cuerpos de Paz y posteriormente ha mantenido relaciones estrechas con nuestro país como investigador y profesor visitante.[1]

Para Charles Bergquist de todos los conflictos civiles que han marcado la historia de Colombia, desde los tiempos de las guerras de independencia a principios del siglo XIX hasta hoy, “la dimensión popular de la Guerra de los Mil Días (1899-1902) sigue siendo la más oscura”.[2]

Charles Bergquist empieza su trabajo contando el contexto en el que él empezó a interesarse por el tema. El año de 1968 fue cuando las fuerzas democráticas y populares parecían estar al borde de romper con el orden establecido de las cosas para crear una nueva sociedad.[3]

En América Latina, el éxito de la revolución cubana había estimulado movimientos revolucionarios, provocando que las elites latinoamericanas y sus aliados en el gobierno de Estados Unidos empezaran a hablar sobre la necesidad de una reforma democrática para poder atajar el avance de las revoluciones socialistas a lo largo del hemisferio. En el mundo de la academia se creía que la comprensión histórica debía reflejar e informar sobre las luchas democráticas y populares que envolvían al mundo.

La guerra de los mil días no solo fue la más grande de los conflictos civiles de Colombia en el siglo XIX,  sino que parecía marcar el punto de decisivo en la historia nacional, pues se pasaba de una política de inestabilidad, violencia y estancamiento económico de casi medio siglo, a la estabilidad política y el desarrollo económico.[4] Para Charles Bergquist  la Guerra de los Mil Días era la culminación de medio siglo de lucha entre las elites liberales y conservadoras sobre la pauta y el contenido de las reformas liberales diseñadas para promover el desarrollo de la agricultura de exportación en Colombia[5], es decir,  “el conflicto de la elite tenía profundas dimensiones materiales, programáticas e ideológicas, y que aunque hay motivaciones personales, regionales y clientelistas que influyen en los políticos, sus actitudes y acciones podrían ser totalmente comprendidas únicamente en relación con las tendencias del sistema más amplio del capitalismo mundial”.[6]

Charles Bergquist  se aproxima a la guerra de los mil días a partir de  fuentes de archivo como aquellas de finales del siglo XIX y principios del siglo XX que en general estaban en su mayoría sin organizar y sin catalogar en el Archivo Nacional de Colombia.

Sus fuentes,  incluían varias colecciones de papeles personales de políticos de la elite de la época como los del líder liberal Rafael Uribe Uribe. También contaba con una inmensa colección de telegramas relacionados con la guerra, guardados en un archivo militar almacenado por el Ministerio de la Defensa.[7] Tenía una gran colección de periódicos de la época guardados en las bibliotecas Nacional y Luis Ángel Arango “…estos mismos repositorios guardan varios volúmenes de memorias de participantes de la elite en la Guerra, como también un puñado de estudios secundarios del conflicto escrito por historiadores posteriores”.[8]

Pero a pesar de ser fuentes interesantes ninguna de estas fue muy reveladora sobre los motivos y el papel que la gente de las clases populares desempeñó en la guerra de los mil días, pues estas, así como la literatura secundaria giraban sobre las motivaciones y acciones de la elite. Sin embrago, Charles Bergquist  sabía que la gente que más participó en la lucha pertenecía obviamente a las clases populares en su mayoría trabajadores rurales agrícolas, pero no contaba con las fuentes donde se hablara de su propia voz sus preocupaciones y experiencias, pues la clase trabajadora en su inmensa mayoría era analfabeta.

Los escritores que por lo menos se preocuparon por las motivaciones de los miembros de las clases populares en el conflicto sólo recalcaron su persecución, describiéndolos como “participantes pasivos, ignorantes o aniñados que fueron engañados o forzados a tomar las armas”[9] y de esto, si encontró evidencia, pues tanto por parte de las fuerzas del gobierno conservador, como por parte de los revolucionarios liberales había un reclutamiento coercitivo y forzado, pero, la coerción, por supuesto, iba más allá de la fuerza política total, incluía las presiones económicas, especialmente el acceso a la tierra para trabajadores dependientes en las grandes haciendas.[10]

Esas otras formas de coerción las vio Charles Bergquist reflejado en un documento que era un conjunto de instrucciones de Rafael Uribe Uribe, quien se estaba preparando para asumir el trabajo de administrar una gran hacienda en Cundinamarca en 1894 donde le decían: “Es conveniente ejecutar un escarmiento en uno de los que en la hacienda son considerados como invulnerables, y que quizá ayudan a fomentar la rebeldía. Expulsado uno, los demás se someten”[11]

Charles Bergquist  encontró evidencia que refutaba la noción de la pasividad popular, descubriendo evidencia de resistencia por parte de la población civil al reclutamiento. También pudo documentar “el miedo de la elite por las clases populares y su preocupación, especialmente a medida que la Guerra progresaba y los grupos de guerrilla ganaban más autonomía de parte de la elite del partido liberal, de que elementos populares estaban adquiriendo un interés propio en la continuación de la guerra”[12]. Charles Bergquist se apoyó en ese último argumento para explicar la decisión de los comandantes de las fuerzas regulares liberales a finales de 1902 de entregar sus armas y poner fin a la Guerra.[13]

Con el tiempo, fueron apareciendo nuevos trabajos sobre la Guerra de los mil días que arrojaban nueva e importante luz sobre la participación popular en ella. Alguno de estos son: Los guerrilleros del novecientos, de Carlos Eduardo Jaramillo, un trabajo enfocado en la vida diaria de los combatientes durante la guerra, particularmente las fuerzas de la guerrilla liberal operando en el departamento del Tolima[14]. Jaramillo recupera el papel de las mujeres, niños e indígenas en la Guerra de los mil días, también tocó temas como el reclutamiento y de cómo se vio afectada la gente del común.

La segunda contribución importante al entendimiento de lo popular en la Guerra de los Mil Días es un ensayo de Fernán E. González, S. J., originalmente publicado como La Guerra de los Mil Días y después como De la guerra regular de los ‘generales-caballeros’ a la guerra popular de los guerrilleros. La contribución de González fue su búsqueda por una comprensión más amplia del conflicto, “sintetizando e interpretando aspectos de la literatura secundaria sobre la Guerra”.[15]

“Él afirma que el teatro geográfico de la guerra popular de guerrillas estaba localizado “especialmente en el valle del Magdalena, desde Honda hasta Neiva, con las vertientes cordilleranas que lo circundan” Éstas eran sociedades de “poca cohesión y control sociales” donde la presencia del Estado y de la Iglesia era precaria. Fueron estas áreas las que procrearon y sostuvieron a los principales grupos de guerrilla liberal que prolongaron la guerra en el interior del país después de la derrota de los ejércitos regulares liberales en Palonegro, Santander, en mayo de 1900. Y fue en estas áreas donde, durante las últimas etapas de la Guerra, la brutalidad y degradación del conflicto fue más hondo, condiciones éstas que ayudan a explicar el recrudecimiento de la violencia política en estas mismas regiones en la mitad del siglo XX”[16]

Para González lo que hace que las fuerzas de guerrilla de Cundinamarca y Tolima sean “populares” es que están compuestas “principalmente de iletrados del campo, campesinos sin tierra, pequeños propietarios y colonos, y trabajadores independientes”.[17] Sin embargo, no hay evidencia delíderes y fuerzas populares hayan evolucionado hacia la articulación de un proyecto social que pudiera democratizar las disposiciones sobre la tenencia de la tierra, la reforma a los sistemas explotadores de trabajo o el cambio en las políticas que desfavorecían ampliamente a los colonos en la adjudicación de las tierras públicas.[18]

Martínez y Tovar, concluyen que los participantes en el conflicto incluyendo miembros de las clases populares estuvieron profundamente motivados por las ideologías partidistas.

“Entre la conscripción y la incorporación voluntaria hay una gama de actitudes que no dejan lugar a dudas sobre el poder ideológico de los partidos. La política era una especie de religión. Las ideas liberales y conservadoras operaban como libro sagrado…”[19]

Parece ser que la ausencia de una dimensión popular independiente coloca a la Guerra de los Mil Días aparte de las guerras civiles anteriores de ese siglo. Vista desde la luz de la desactivación popular, el significado de la Guerra toma un nuevo significado. Por una parte, marca el punto final de un largo período de declinación de la política popular. Por otra parte, señala el comienzo de otro período, que todavía hoy nos acompaña, en el que los intereses populares están en gran parte sumergidos y son canalizados a través de la identificación con los partidos liderados por las elites liberal y conservadora.[20]

Bibliografía:

·         BERGQUIST, Charles.  En búsqueda de lo popular en la guerra de los mil días. Análisis político. No. 52, Septiembre-Diciembre 2004, Bogotá.
·         Núñez Espinel, Luz Ángela. La historia en perspectiva comparada: entrevista con el profesor Charles Bergquist. Historia critica. No. 42. Septiembre-Diciembre 2010, Bogotá.




[1] Núñez Espinel, Luz Ángela. La historia en perspectiva comparada: entrevista con el profesor Charles Bergquist. Historia critica. No. 42. Septiembre-Diciembre 2010, Bogotá.
[2] BERGQUIST, Charles.  En búsqueda de lo popular en la guerra de los mil días. Análisis político. No. 52, Septiembre-Diciembre 2004, Bogotá.
[3] BERGQUIST, Charles.  En búsqueda de lo popular en la guerra de los mil días. Análisis político. No. 52, Septiembre-Diciembre 2004, Bogotá.
[4] Ibidem.
[5] Ibidem.
[6] Ibidem.
[7] Ibidem.
[8] Ibidem.
[9] Ibidem.
[10] Ibidem.
[11] Ibidem.
[12] Ibidem.
[13] Ibidem.
[14] Ibidem.
[15] Ibidem.
[16] Ibidem.
[17] Ibidem.
[18] Ibidem.
[19] Ibidem.
[20] Ibidem. 

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