lunes, 27 de mayo de 2013

Reseña: La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber.

Por: Waili T. Gamboa Martínez. 


Max Weber empieza su libro con una ojeada a las estadísticas sobre las profesiones en Alemania, la conclusión es que los empresarios, capitalistas y mandos de niveles superiores de las empresas modernas y obreros cualificados, y técnicos, son protestantes. Tras examinar las estadísticas considera que este fenómeno se reproduce por todo el país y concluye que: "esto hay que atribuirlo, por supuesto, en parte a razones históricas que están situadas en un pasado lejano y en las que la pertenencia a una confesión religiosa no aparece como causa de los fenómenos económicos"[1].
Weber sostiene que la religión protestante es la predominante entre las clases capitalistas alemanas. Siendo la diferencia entre capitalistas protestantes y capitalistas católicos Weber llega a la conclusión de que la ideología protestante promueve de un modo u otro la construcción del capitalismo. 
 La ética del capitalismo plantea que el fin supremo de nuestra vida es la adquisición de riquezas por ellas mismas, la búsqueda del enriquecimiento no es visto como un medio para un fin. “El beneficio no es un medio del cual deba valerse el hombre para satisfacer materialmente aquello que le es de suma necesidad, sino aquello que él debe conseguir, pues esta es la meta de su vida.”[2]
Sin embargo no hay que confundir la simple avaricia con el capitalismo pues, frente al deseo de conseguir dinero de cualquier modo el capitalismo admite que no todo vale. El fin es la acumulación de beneficios por ellos mismos pero esta acumulación de beneficios debe realizarse respetando las normas del juego económico. La estafa, la malversación, el desfalco o el nepotismo no son comportamientos aceptables dentro de la economía capitalista, de hecho la persecución de la corrupción económica en las sociedades capitalistas es un hito casi sin precedentes en la historia de la humanidad.[3]

En los lugares donde había una mentalidad “tradicionalista” según la cual un hombre trabaja con el propósito de vivir o, como mucho, de vivir bien, chocaban con las ideas del capitalismo. Muchos mercaderes hacían un capital que usaban para acceder a la nobleza o para vivir de las rentas, esto rompía la dinámica capitalista de buscar más y más riquezas e invertir los beneficios en obtener más beneficios. En pugna con la mentalidad natural según la cual la riqueza es un medio y no un fin en sí misma el capitalismo tuvo difícil imponerse como mentalidad predominante.

El verdadero punto de inflexión que permitió la instauración del capitalismo fue el nacimiento del calvinismo. “El calvinismo cree en la predestinación de la salvación. El hombre no puede hacer nada para salvarse, no es nada comparado con Dios; es el mismo Dios el que otorga la gracia a los elegidos. Mientras el católico puede obtener el perdón de sus pecados en la confesión y el luterano podía reparar con buenas obras los actos de debilidad, el calvinista no podía hacer nada para obtener la gracia de Dios ya que provenía de Dios mismo y nada podía hacer el hombre. Sin embargo había un signo que delataba a los elegidos por Dios: su pureza moral que se extiende a todos los actos de su vida, hasta el más nimio. Este puritanismo moral llevado al ámbito profesional hizo que el cumplimiento del deber del trabajo por sí mismo, rehuyendo el descanso en la riqueza y la ostentación fueran signos de la gracia divina. El afanoso puritano calvinista llevaba una vida éticamente planificada y metodizada en todos los ámbitos de su existencia para buscar en este cumplimiento de la norma la seguridad de haber obtenido la gracia. Este afán puritano en el trabajo, tan alejado de la natural mentalidad tradicionalista, fue la que permitió el surgimiento del capitalismo en los Países Bajos y Centro Europa donde predominaba la población puritana.”[4] 

Weber examina qué modelo de trabajador necesita una fábrica. Generalmente, uno que tenga virtudes puritanas, disciplinadas y puntuales y que considera que el tiempo vale oro, y que se adapte a la producción. Por ello, dice Weber, la eficiencia del modelo capitalista y la división del trabajo precisa de una población educada que sea puntual y disciplinada en el trabajo, y tenga ambición para ganar dinero, lo que supone un incentivo. Lo que está claro es que la industria no quiere trabajadores que vagos, sino que le interesan fábricas llenas de buenos padres de familia que vayan del trabajo a casa y sean ahorradores y disciplinados y lleven a su hora al trabajo.

 Al final, como era de esperar, las riquezas acumuladas modificaron el espíritu puritano y lo fueron debilitando, no obstante, como dice Weber “el capitalismo victorioso no necesita ya de este apoyo religioso, puesto que descansa en fundamentos mecánicos”, es decir, una vez que se asentó el capitalismo tomó vida propia creando necesidades y construyendo los medios para su perpetuación sin necesidad de que la ideología puritana lo siguiese sustentando.

Bibliografía:
·         WEBER, Max. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Ed Fondo de cultura económica. México, 2004.






[1] WEBER, Max. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Ed Fondo de cultura económica. México, 2004.
[2] Ibídem.
[4] Ibídem. 

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