Por: Waili T. Gamboa Martínez.
Max Weber empieza su libro
con una ojeada a las estadísticas sobre las profesiones en Alemania, la
conclusión es que los empresarios, capitalistas y mandos de niveles superiores
de las empresas modernas y obreros cualificados, y técnicos, son protestantes. Tras
examinar las estadísticas considera que este fenómeno se reproduce por todo el
país y concluye que: "esto hay que atribuirlo, por supuesto, en parte a
razones históricas que están situadas en un pasado lejano y en las que la
pertenencia a una confesión religiosa no aparece como causa de los fenómenos
económicos"[1].
Weber sostiene que la
religión protestante es la predominante entre las clases capitalistas alemanas.
Siendo la diferencia entre capitalistas protestantes y capitalistas católicos Weber
llega a la conclusión de que la ideología protestante promueve de un modo u
otro la construcción del capitalismo.
La ética del
capitalismo plantea que el fin supremo de nuestra vida es la adquisición de
riquezas por ellas mismas, la búsqueda del enriquecimiento no es visto como un
medio para un fin. “El beneficio no es un medio del cual deba valerse el hombre
para satisfacer materialmente aquello que le es de suma necesidad, sino aquello
que él debe conseguir, pues esta es la meta de su vida.”[2]
Sin embargo no hay que
confundir la simple avaricia con el capitalismo pues, frente al deseo de
conseguir dinero de cualquier modo el capitalismo admite que no todo vale. El
fin es la acumulación de beneficios por ellos mismos pero esta acumulación de
beneficios debe realizarse respetando las normas del juego económico. La
estafa, la malversación, el desfalco o el nepotismo no son comportamientos
aceptables dentro de la economía capitalista, de hecho la persecución de la
corrupción económica en las sociedades capitalistas es un hito casi sin
precedentes en la historia de la humanidad.[3]
En los lugares donde había
una mentalidad “tradicionalista” según la cual un hombre trabaja con el
propósito de vivir o, como mucho, de vivir bien, chocaban con las ideas del
capitalismo. Muchos mercaderes hacían un capital que usaban para acceder a la
nobleza o para vivir de las rentas, esto rompía la dinámica capitalista de
buscar más y más riquezas e invertir los beneficios en obtener más beneficios.
En pugna con la mentalidad natural según la cual la riqueza es un medio y no un
fin en sí misma el capitalismo tuvo difícil imponerse como mentalidad predominante.
El verdadero punto de
inflexión que permitió la instauración del capitalismo fue el nacimiento del
calvinismo. “El calvinismo cree en la predestinación de la salvación. El hombre
no puede hacer nada para salvarse, no es nada comparado con Dios; es el mismo
Dios el que otorga la gracia a los elegidos. Mientras el católico puede obtener
el perdón de sus pecados en la confesión y el luterano podía reparar con buenas
obras los actos de debilidad, el calvinista no podía hacer nada para obtener la
gracia de Dios ya que provenía de Dios mismo y nada podía hacer el hombre. Sin
embargo había un signo que delataba a los elegidos por Dios: su pureza moral
que se extiende a todos los actos de su vida, hasta el más nimio. Este
puritanismo moral llevado al ámbito profesional hizo que el cumplimiento del
deber del trabajo por sí mismo, rehuyendo el descanso en la riqueza y la
ostentación fueran signos de la gracia divina. El afanoso puritano calvinista
llevaba una vida éticamente planificada y metodizada en todos los ámbitos de su
existencia para buscar en este cumplimiento de la norma la seguridad de haber
obtenido la gracia. Este afán puritano en el trabajo, tan alejado de la natural
mentalidad tradicionalista, fue la que permitió el surgimiento del capitalismo
en los Países Bajos y Centro Europa donde predominaba la población puritana.”[4]
Weber examina
qué modelo de trabajador necesita una fábrica. Generalmente, uno que
tenga virtudes puritanas, disciplinadas y puntuales y que considera que el
tiempo vale oro, y que se adapte a la producción. Por ello, dice Weber, la
eficiencia del modelo capitalista y la división del trabajo precisa de una
población educada que sea puntual y disciplinada en el trabajo, y tenga
ambición para ganar dinero, lo que supone un incentivo. Lo que está claro es
que la industria no quiere trabajadores que vagos, sino que le interesan
fábricas llenas de buenos padres de familia que vayan del trabajo a casa
y sean ahorradores y disciplinados y lleven a su hora al trabajo.
Al final, como era de
esperar, las riquezas acumuladas modificaron el espíritu puritano y lo fueron
debilitando, no obstante, como dice Weber “el capitalismo victorioso no
necesita ya de este apoyo religioso, puesto que descansa en fundamentos
mecánicos”, es decir, una vez que se asentó el capitalismo tomó vida propia
creando necesidades y construyendo los medios para su perpetuación sin
necesidad de que la ideología puritana lo siguiese sustentando.
Bibliografía:
·
WEBER,
Max. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Ed Fondo de cultura
económica. México, 2004.
·
Recuperado
de: http://evpitasociologia.blogspot.com/2011/12/la-etica-protestante-y-el-espiritu-del.html. 2 Mayo 2013.
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