miércoles, 13 de julio de 2016

Reseña: La marcha de las ideas. Historia de las intelectuales, historia intelectual de Francois Dosse. Cap. 4: La actividad intelectual en la historia cultural.

Waili Tatiana Gamboa Martínez.

A un intelectual se le puede llamar intelectual cuando se ocupa de “lo que no le concierne”[1] .

El campo de la historia intelectual se situa entre la historia de las ciencias, historia del arte, historia de la filosofía y la disciplina histórica en general.  La historia intelectual es entonces algo transversal y de dialogo entre las disciplinas que sirve para identificar aspectos no percibidos.[2]

Este nuevo paradigma en ciencias humanas proviene sobre todo del mundo Alemán y Anglosajon[3], abriéndose a un sentido reabierto al presente para cambiar al historicismo que solo ponía sus ojos en el pasado.[4]

La historia intelectual surge como una crítica de las historia de las mentalidades, es una historia más atenta a los recursos del relato.

El ámbito cultural es el que pone en evidencia las contradicciones propias de los dominados y dominantes en un núcleo inteligible de la sociedad. Para Emmanuel Le Roy Ladurie, lo cultural es lo que crea lo social, para él, las elites son las que son móviles, en cambio, lo popular es inerte, sin embargo, “se desentierra como elementos de una cultura popular, de hecho tiene muy frecuentemente su origen en la cultura erudita”[5].

El mundo cultural está completamente atravesado por líneas de tensión, relaciones de dominio, jerarquización, sin embrago, no están horizontal la relación, pues hay intercambios entre elites y cultura popular. Se impone la necesidad de entender cómo actúa el simbolismo en la sociedad e inclusive se deben estudiar de manera conjunta, pues hay una fuerte relación entre ambas.[6]

Jean-Pierre Rioux define varias escalas de análisis: a la dimensión ontológica de la cultura considerada como el desarraigo a las determinaciones naturales, el ámbito antropológico que concibe la cultura como un conjunto de “representaciones mentales propias de un grupo dado en un momento dado”[7], y finalmente la cultura en tanto que adquisición, “proceso en cuyo transcurso el sujeto pensante estimula las facultades del espíritu”.[8]

Además, Rioux disntingue cuatro polos que actúan en la historia cultural: la historia de las políticas y las instituciones culturales, la historia de los mediadores y de las mediaciones, la historia de las prácticas culturales y la historia de los signos, símbolos, lugares y sensibilidades perceptibles en los textos y las obras de creación.[9]

Estas nuevas lecturas exigen una ampliación en las fuentes del historiador, pues implica mirar obras literarias, artes plásticas, arquitectura, etc. La noción de “universo simbolico” utilizada por Geertz se puede entender por los símbolos de Darnton en “La matanza de gatos”. Se manifiesta entonces, un acuerdo para enfocar la cultura como un sistema de representación simbólico y lingüístico.[10]

Este enfoque, de identidad cultural se esfuerza en cambiar la opinión de que la cultura y la identidad es algo ya dado, pues claramente estas dos son construcciones.

Los libros, pertenecen a unos circuitos de comunicación, y hacen parte de lo que el autor llama “soportes de las prácticas culturales”, pues estos no solo cuentan la historia, sino la hacen. En este campo, se debe tener en cuenta la lectura como un objeto privilegiado para estudiar los diversos modos de apropiación, como lo hace Ginzburg en El queso y los gusanos.[11] 

Bibliografía:

DOSSE, Francois. La marcha de las ideas. Historia de los intelectuales, historia intelectual. Universitat de València. 2007.



[1] Pág. 127.
[2] Ibidem.
[3] Ibidem. Pág. 128.
[4] Ibidem.
[5] Ibidem. Pág. 130.
[6] Ibidem. Pág. 150.
[7] Ibidem. Pág. 138.
[8] Ibidem.
[9] Ibidem.
[10] Ibidem. Pág. 147.
[11] Ibidem. Pág. 170. 

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